En las sombras de la sociedad contemporánea, las sectas se desarrollan como una respuesta trágica a las carencias sociales, familiares y psicológicas. Estas organizaciones ofrecen bienestar y crecimiento espiritual pero en realidad recurren a redes de manipulación y control para erosionar la autonomía de sus miembros.
Las sectas prosperan en los márgenes, allí donde el tejido social es más débil y las estructuras de apoyo fallan. En muchas ocasiones los adeptos han sido marginados por la comunidad y se encuentran ávidos de pertenecer a un grupo que dé un propósito a sus vidas. Precisamente las sectas ofrecen el nuevo comienzo y la finalidad que cualquier ser humano busca alguna vez, en especial tras un problema, un distanciamiento o una época de cambio.
El contexto familiar de las víctimas juega un papel crucial porque eleva la vulnerabilidad de las personas. El abuso, el abandono, la negligencia, los vicios y la violencia dejan cicatrices de vacío que buscan llenarse con figuras de autoridad o con ejemplos de vida, de modo que un líder carismático se convierte en el reemplazo ideal de un padre fallido o de una madre incapaz, pues se erigen en la protección que nunca existió en el hogar.
El contexto social impacta de dos formas, por un lado las carencias económicas pueden derivar en bajos niveles de formación o en un conformismo útil para el ambiente sectario; por otra parte las clases altas son apetecibles para las ambiciones de los líderes que utilizan su personalidad narcisista para manipular emocionalmente a las víctimas. Durante el proceso recurren a tácticas de aislamiento, adoctrinamiento y coerción destinadas a quebrar la voluntad de los reclutados.
Las carencias psicológicas son determinantes, las personas con baja autoestima, aquellos que han sufrido traumas o quienes están atravesando crisis personales son particularmente vulnerables ante el líder de la secta que se presenta como un salvador, un ser superior con respuestas a todas las preguntas y soluciones a todos los problemas, reforzando la dependencia de los seguidores mediante el miedo y la promesa de una vida mejor.
Una vez dentro, salir se convierte en una tarea casi imposible. Las sectas aíslan a sus miembros del mundo exterior, creando un ambiente de paranoia en el que cualquier intento de dejar el grupo se ve como una traición. Las sectas deshumanizan a sus miembros, reduciéndolos a simples peones en un juego de poder al grado de volverlos capaces de cometer actos que de otro modo nunca habrían considerado, como el suicidio colectivo.
Reflexionar sobre la existencia de las sectas es reflexionar sobre las fallas de nuestra sociedad. Es también un llamado a reforzar el propio criterio, a no dejarse llevar por los algoritmos de las redes sociales, por el pensamiento del entorno, por sentimientos colectivos de miedo o de odio social.
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