La política en Latinoamérica ha estado históricamente dominada por hombres al frente de regímenes corruptos y generadores de desigualdad; sin embargo, en las últimas décadas mujeres valientes y visionarias han irrumpido en el escenario, desafiando las barreras de género y transformando la dinámica del poder.
Entre ellas destaca Michelle Bachelet, primera mujer en ocupar la presidencia de Chile, quien desde el gobierno y su puesto como AltaComisionada de las Naciones Unidas se caracterizó por promover la equidad de género y los derechos humanos.
En Argentina, Cristina Fernández de Kirchner lideró una gestión marcada por la inclusión social y el intervencionismo del Estado.
Violeta Chamorro, la primera presidenta de Nicaragua, condujo el país en una etapa crítica de su historia, durante la transición posconflicto. Su gobierno realizó grandes esfuerzos de reconciliación nacional y democratización, sentando las bases para una paz duradera tras años de guerra civil. Su liderazgo calmado y pacifista son un ejemplo de cómo el liderazgo femenino puede contribuir a la estabilidad y la cohesión social en momentos de crisis.
Dilma Rousseff se convirtió en la primera mujer en presidir Brasil, llevando a cabo políticas de justicia social y económica en un país profundamente desigual. Aunque su mandato se vio truncado por un controvertido juicio político, su figura sigue siendo un referente para la izquierda brasileña.
México recibe este octubre a su primera presidenta, Claudia Sheinbaum, una mujer que no sólo rompe un techo de cristal en un país donde la violencia de género y la desigualdad aún persisten, sino que también representa la continuidad de un proyecto político que busca transformar el país. Su trayectoria como científica y académica, combinada con su experiencia al frente del gobierno de la Ciudad de México, la posiciona como una figura que podría impulsar una agenda progresista y feminista en una nación marcada por profundas disparidades.
Por último, la elección de Kamala Harris como presidenta de Estados Unidos marcaría un punto de inflexión en la historia de su país y también en el panorama global. Además de ser la primera mujer en el ejecutivo, su ascendencia afroamericana e india simbolizan una doble ruptura con las tradiciones políticas dominadas por hombres blancos. Para América Latina, su presidencia podría significar un impulso en las relaciones diplomáticas enfocadas en igualdad de género y derechos humanos, así como en políticas migratorias más humanitarias.
En este punto vale la pena detenerse a pensar que el mundo se sentiría menos amenazado bajo el mandato de Kamala Harris porque el racismo y la agresión son a todas luces peligrosos, mientras que las políticas inclusivas y equitativas generan bienestar social y económico. Este pensamiento global se traslada a cada país, ciudad o pueblo, haciendo evidente que la desigualdad genera atraso y discordia. No es extraño, entonces, que el liderazgo de mujeres en nuestro continente vaya de la mano de una política de izquierda, entendiendo por izquierdismo la búsqueda de equidad y bienestar general en una economía mixta. La feminidad y la izquierda tienen en común una mirada horizontal que abarca a todos los hijos y ciudadanos.
Ni en Estados Unidos ni en México habrá soluciones mágicas y la polaridad no desaparecerá con la llegada de mujeres preparadas, capaces y entregadas, pero como ciudadanos podemos hacer un ejercicio de imaginar una sociedad inclusiva y equitativa, de visualizar sus beneficios incluso para las clases privilegiadas, porque aquello que elogiamos en los países del primer mundo es lo que muchas veces se teme en nuestro territorio.
La verdadera transformación solo es posible cuando se incluyen todas las voces en la toma de decisiones, cuando las diferencias se reconocen y se celebran, y cuando se lucha por un futuro en el que todos puedan prosperar.
"La libertad requiere igualdad"
@susanademurga
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