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Cuento corto: Peligro en el infierno


Infierno

¡Es increíble, jamás había pasado algo así!, grita Satán y da un puñetazo sobre la superficie del escritorio. El asistente lo mira sin atreverse a enunciar palabra. ¿Quién es el responsable? Es difícil saber, responde el diablillo, acercándose al escritorio para acomodar las fotografías familiares que el golpe dispersó.


La uniformidad ha imperado aquí desde que el mundo existe, la segmentación en corredores tiene casi ochocientos años y nunca había sido problema. Todavía hace unos meses me mofé de nuestra superioridad en las narices de Dios y ahora esto… Vamos a hacer un recorrido para ver la magnitud de las afectaciones, indica Satán encolerizado, más todavía porque, desde que tiene memoria, sus dominios son un remanso de paz en los que él se mueve a sus anchas.


Se encuentran con un noveno corredor remodelado; el aspecto de gruta que le conferían las paredes de piedra desapareció bajo un recubrimiento blanco. ¿Cal?, ¿de dónde la sacaron? Ni idea, aquí abajo es imposible encontrarla, contesta el diablillo temeroso.


Según avanzan, descubren habitaciones acondicionadas con candiles, bandejas repletas de licores y copas de cristal tallado, alfombras persas en tonos rojos y unos ventiladores con mandos a distancia. De pronto se topan con dos recintos más amplios que el resto. Cómo, pregunta Satán. Entra y sale de los cuartos vecinos hasta que comprende el origen de la diferencia. ¡Unieron dos cámaras! Con el rostro ardiendo de rabia y la boca aún abierta por el asombro, se dirige al octavo corredor que es una copia del anterior. El séptimo, para su tranquilidad, mantiene la apariencia rocosa, pero la uniformidad del decorado desapareció. A partir del sexto pasillo no hay cambios aparentes. Caminan cada corredor, cada estancia, cada sala con total atención, pretenden descubrir indicios que aclaren lo sucedido.


Aquí el problema es la saturación, dice el diablillo. Satán mira en derredor y afirma. Nota el exceso de gente y hace un gesto de extrañeza ante el cansancio que distingue en los rostros. ¿Y todos estos por qué están tan cansados?, pregunta Satanás. Hasta parece que el mito de los trabajos forzados es una realidad, responde el diablillo. Pocos pasos más adelante, descubren unos carretones destartalados. El jefe pasa el dedo sobre el fondo de uno de ellos, nota una capa de polvo blanco en la yema. Es cal, la cal de las paredes del octavo y noveno; los de aquí trabajan para los de allá y aquellos tienen hacinados a éstos, vocifera furioso. Pero, por dónde salen, a qué hora trajeron todo, cuestiona el diablillo. No lo sé pero si se entera la competencia se va a reír de mí, te digo que hace poco le critiqué al “Todo poderoso” sus arcángeles y santos mayores, le presumí la equidad y lo civilizado de nuestro colectivismo. En mala hora llegaron juntos estos cabrones con cara de civilizados ¡Son un peligro para el infierno!

 

Inmediatamente, satán convoca a una reunión urgente en su despacho con los responsables de cada corredor. Él mismo extiende sobre la mesa de roble las fichas de registro con fotografía para ubicar a los coludidos. ¿Cuál es el principal responsable? Inquiere. Al no obtener respuestas, con un gesto de incredulidad, asegura que se encuentran frente a un asunto que requiere verdadera malicia y manda traer dos exmandatarios, uno belga, otro inglés, a tres emprendedores, a un capitán del tercer Reich y a Marcial, el sacerdote llegado hace poco tiempo.


La falta de asesinos seriales, secuestradores y narcotraficantes en el comité improvisado extraña a la cúpula demoniaca que, por orden expresa, hace un recuento de lo acontecido y presenta a los sospechosos: Estos tres entraron al mismo tiempo por intoxicación con unas latas de caviar descompuestas. El barbón era buen negociador, misógino, amante de los puros. La mujer parece parte de un cartel propagandístico del averno pero se especializaba en asuntos gremiales y el chaparro fue presidente de legitimidad dudosa y después operó tras bambalinas. ¿El orejón?, pregunta Satán. Sí, responden al unísono los encargados de cada corredor. Lo más sospechoso es que mantiene amistad con el cura, aquí presente.  El sacerdote mira al techo para ahorrarse los ojos inquisidores del jefe.


Urge averiguar cómo entraron aquí los trastos terrenales y quién lo permitió, ordena Satán. Uno de los ex mandatarios expresa, como si se tratara de una obviedad, que, salvo por las amenazas de muerte y el temor al infierno que por lógica están descartados, el resto de las medidas de control mundanas se extiende a las profundidades. Concrete, ordena Satán. Soborno, extorsión, privilegios y un tanto de amedrentamiento, dice el gobernante inglés. ¡Ay!, esas palabras suenan muy fuerte, no sé por qué les gusta el escándalo, en nuestro país son simples gestiones para acceder a los recursos, interviene el padre Marcial, limpiando sus lentes.


Prohibido el ingreso simultáneo de este tipo de personajes. Más aún si son de la misma nacionalidad que el cura y el orejón, no me importa si es accidente, atentado o intoxicación. Son un peligro para el Infierno, dice Satán, resoplando y dando por terminada la reunión.


Autor:  Susana de Murga

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