De prisiones a prisiones
- Susana de Murga

- 1 ago
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Actualizado: 2 ago

Son tantos los condicionamientos a nuestro alrededor que la libertad de elección es ínfima; los hogares establecen roles inamovibles, los empleos exigen rendimientos a cualquier costo, la sociedad demanda obediencia, la religión controla y la economía limita. A diario se sobrevive a un entramado de reglas y costumbres que operan como prisiones invisibles. Y en el caso de las mujeres, hay que añadir el histórico dominio patriarcal que acentúa aún más este cautiverio disfrazado de normalidad.
La inacabable lista de limitaciones ocasiona que la cárcel esté lejos de ser la primera prisión para una mujer acusada de algún delito. La población carcelaria femenil carga a sus espaldas consignas como “calladita te ves más bonita”, "obedece a tu marido", "sola eres más vulnerables", "aguanta por tus hijos" o "la ropa sucia se lava en casa" y cada una profundiza las heridas de abandono, de maltrato, de invisibilidad e insuficiencia que empantanan la libre voluntad.
Cuántas mujeres están tras las rejas por obediencia, cuántas por una lealtad mal entendida, cuántas por callar, cuántas por miedo, cuántas por falta de alternativas.
Al historial de aprisionamientos mentales, la cárcel suma el cautiverio físico y el abandono familiar, porque si las filas para visitar a los presos son constantes y prolongadas, el interés por las convictas es escaso. No se trata tan solo de las parejas, sino también de hermanos, padres e hijos que se vuelven parte del castigo legal de aislamiento.
Es una realidad que la sociedad castiga desigualmente a los hombres que a las mujeres. A ellos se les juzga por lo que hicieron; a ellas, por lo que dejaron de ser. Si es madre, ¿cómo pudo hacerle eso a sus hijos? Si es esposa, ¿cómo se olvidó de su familia? Si es hija, ¿cómo pudo fallarle a los padres? La mujer es cada uno de sus roles antes que ella misma, los hombres llevan sobre las espaldas sus propios roles, como el de proveedor, pero en primera instancia son seres individuales a pesar de sus ataduras.
Los condicionamientos llegan al ámbito corporal, las mujeres poco a poco se han ido apropiando de sus cuerpos, pero por siglos no les pertenecieron por completo debido a temas como el débito conyugal o la maternidad. Ésta última es un don, sin embargo, por el hecho de involucrar los sistemas fisiológicos femeninos, restringe todos los ámbitos de vida de las madres. Sucede, entonces, que varias presas, lejos de sus roles de vida, aprenden a leer, a escribir, a conocerse, a poner límites, a saber lo que quieren.
Las mujeres encarceladas no son monstruos ni mártires, son el espejo de un país que castiga doblemente el fracaso femenino porque castiga el delito y la imposibilidad de seguir siendo un ejemplo familiar.
"La libertad requiere igualdad"
@susanademurga


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