¿Los secuestradores nacen o se fabrican?
- Susana de Murga
- hace 6 días
- 2 Min. de lectura

En México, pese a que la tendencia va a la baja, el secuestro sigue siendo un delito atroz. En realidad acapara más espacios que los de los encabezados, se cuela también en las conversaciones con vecinos y en la angustia de los que caminan mirando hacia atrás. Sin embargo, temer al secuestro sin reconocer su origen estructural es como describir la fiebre sin reconocer la infección.
Los secuestradores son más que simples anomalías que deben extirparse, ellos representan el brutal rostro de un tejido social descompuesto. Cada uno encarna la suma de omisiones sistemáticas como desatender la pobreza histórica, la impunidad corrupta y la desigualdad endémica que cancela oportunidades desde la cuna. Pensar en los secuestradores como “el enemigo” es una reacción natural pero no debemos permitir que nos insensibilice.
La economía informal —tan celebrada por su dinamismo en discursos oficiales— también ha sido la antesala de lo ilícito para quienes el mercado formal cierra las puertas, es decir, para jóvenes sin acceso a educación de calidad, sin redes de apoyo, sin modelos de éxito reales. Ellos encuentran en el crimen las jerarquías, el reconocimiento y, sobre todo, el dinero que la legalidad no les brinda. Una prueba fehaciente es la escasa movilidad social en nuestro país, donde nueve de cada diez pobres seguirán en la pobreza sin remedio. Tristemente, el secuestro representa un atajo siniestro para progresar y lo peor es que algunas autoridades optan por el mismo camino: filtran información, extorsionan, encubren.
Esta colusión institucional extiende la barbarie y desdibuja el límite de la verdad, dificultando creer en la legalidad, como ha ocurrido con los montajes en los casos de Florance Cassez y de Isabel Miranda de Wallace.
El sistema, por años incapaz de administrar justicia a víctimas, victimarios y chivos expiatorios usó el combate al secuestro como bandera de reivindicación política pero sólo acabó de romper el tejido social.
El secuestro se enfrenta con dos herramientas, atendiendo las causas sociales que lo generan y aplicando la ley con justicia, sin torturas, fabricaciones ni discriminaciones.
No, no se trata de justificar. Se trata de comprender que el secuestro es, además de un problema de seguridad, una cuestión de desigualdad. De este modo podremos cambiar dolor y cárceles abarrotadas por escuelas y oportunidades para todos los estratos sociales.
"La libertad requiere igualdad"
@susanademurga
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