Los silencios profundos
- Susana de Murga

- 10 nov
- 1 Min. de lectura

Hay silencios que ni el paso del tiempo desentierra; son aquellos que nacen de la incomprensión, de la imposibilidad de vivir con lo sucedido, de la culpa que otorga un mínimo control.
Cuando un hecho sobrepasa la capacidad de entendimiento, el lenguaje es insuficiente, incluso es peligroso, porque rompe el secreto e instala el terror en la realidad familiar y social.
Estos silencios profundos son un modo de sobrevivencia, un intento por encapsular sentimientos como la vergüenza y otros desconocidos, como la disociación, de la que proviene el olvido: un antídoto al veneno mortal del trauma.
Este tipo de silencio salvador suele gestarse en la infancia, cuando la mente aún no tiene herramientas para entender, menos aún para defenderse y su única alternativa es contener lo incomprensible en un rincón de la memoria, hasta que un día la conciencia pueda sostenerlo.
El problema se agrava porque no solo los niños callan, las familias esconden lo turbio, las sociedades invisibilizan el dolor y las instituciones confunden el silencio con la manipulación. Solemos callar todos cuando el dolor ajeno nos recuerda el nuestro.
En el silencio colectivo se preserva la comodidad, pero también se perpetúa la herida.
Hablar, por tanto, es más que romper el silencio; es atreverse a mirar en lo más profundo del ser, es un ejercicio de reconciliación con uno mismo a través del entendimiento y la autocompasión.
"La libertad requiere igualdad"
@susanademurga


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