Nadie escapa del reflejo que la violencia devuelve
- Susana de Murga

- 18 nov
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Hay personas que confunden el poder con el autoritarismo cruel y entienden el silencio como sumisión, cuando callar es una cortina que un buen día se descorre.
Sin embargo, si la vida golpea a estas personas y la violencia se vuelve contra ellas, enfrentan algo más arduo que la derrota: su propia fragilidad.
La violencia ejercida desde la distancia, desde un trono de cualquier tipo, es inmune a la individualidad del dolor ajeno, lo convierte en mera consecuencia de sus necesidades prioritarias, hasta que ese dolor se aproxima y el discurso se resquebraja.
Es en ese punto, el autoritario antes invulnerable, se enfrenta al miedo más íntimo, su propia humanidad.
Es un reto mayúsculo porque aprendió que la compasión, las lágrimas o doblegarse son gestos que contradicen el modelo de fuerza que se autoimpuso.
Debe entonces descubrir cómo enfrentar la fractura capaz de robarle sus certezas, de exponerlo con su escudo de dureza fracturado.
Es tal el resquebrajo que requiere una reinvención demasiado complicada para la rigidez de un capataz habituado al látigo y no al acercamiento.
Cuando la violencia alcanza a un verdugo, puede derrumbarlo como el agua arrasa a la torre alta y delgada, sin cimientos profundos, aunque sobresalga en el panorama.
"La libertad requiere igualdad"
@susanademurga


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