
Si somos capaces de enfrentar los desafíos cotidianos, relacionarnos de manera saludable con los demás y encontrar un propósito en nuestras vidas, seguramente gozamos de una buena salud mental; sin embargo, este equilibrio mental puede ser alterado por factores externos individuales, como un rompimiento afectivo o un despido, y por cuestiones socio políticas, como la pobreza o la ausencia de justicia.
Precisamente uno de los grupos más vulnerables a sufrir trastornos mentales es el de las personas en situación de pobreza. La falta de recursos facilita la creación de ambientes violentos y detona altos niveles de estrés al mismo tiempo que limita el acceso a los servicios de salud mental y acaba por generar una sensación de desesperanza que deriva en depresiones severas.
Los niños y adolescentes son otro grupo vulnerable por sus altos niveles de dependencia y por encontrarse en formación emocional y cognitiva. Situaciones como el acoso escolar, la falta de apoyo en el hogar, la presión académica, los conflictos familiares y los abusos físicos o emocionales pueden tener un impacto indeleble en la salud mental de los jóvenes que se materializa en depresión, ansiedad y problemas alimenticios.
La migración, ya sea forzada o voluntaria, representa otro factor de riesgo significativo debido a los traumas vividos antes, durante y después del desplazamiento, entre estos se cuentan la miseria, la persecución, los peligros del camino, la barrera del idioma, el desempleo, la soledad y la discriminación, todos ellos causantes del trastorno de estrés postraumático (TEPT), la depresión y la ansiedad generalizada.
Los adultos mayores, en especial aquellos que viven en soledad o carecen de apoyo familiar, también son susceptibles a sufrir problemas de salud mental que se agravan con la jubilación, la pérdida de seres queridos, el deterioro de la salud física y la disminución de la independencia.
Las minorías, entre ellas la LGBT+, por un lado padecen trastornos de ansiedad por enfrentar discriminación, rechazo familiar, acoso y hasta violencia a diario; por otra parte quienes ocultan sus preferencias o identidad se sienten tan rechazados que incluso llegan a optar por el suicidio como escape.
Otro grupo que enfrenta desafíos únicos son las personas con discapacidad. La depresión crónica es un mal común a causa de las barreras físicas y sociales, la falta de accesibilidad y las actitudes discriminatorias.
En tiempos de crisis, como durante la pandemia de COVID-19, la salud mental de los trabajadores de primera línea y los profesionales de la salud se vio gravemente afectada por el riesgo de contagio, la carga de trabajo extrema y el dolor de ver sufrir a los pacientes. La falta de recursos y la convivencia incesante alteró las relaciones familiares e incluso elevó la tasa de divorcios.
Las minorías étnicas enfrentan desafíos adicionales debido a la discriminación sistémica, la pobreza, la falta de acceso a servicios de salud mental y la pérdida de sus tierras y derechos.
Finalmente, las personas privadas de libertad viven en un entorno de alta tensión por la violencia, el aislamiento, la nula privacidad, las estructuras de poder, la incertidumbre sobre el futuro y los malos servicios médicos.
La salud mental, aunque pertenece a cada individuo, no puede ser vista como un asunto aislado del contexto social y político. Las desigualdades, la discriminación y la exclusión social son factores que influyen profundamente en el bienestar emocional de las personas. Es fundamental que las políticas públicas reconozcan estas realidades y trabajen para crear un entorno en el que todas las personas, independientemente de su origen o situación, tengan acceso a profesionales y medicamentos que les permitan vivir con ilusión, lejos de la desesperanza para así ser funcionales y productivos dentro de la sociedad.
"La libertad requiere igualdad"
@susanademurga
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